La frecuencia, las causas y las consecuencias de los eventos adversos (EA) para los pacientes han sido estudiadas de forma sistemática en los últimos años. Los planes en materia de seguridad de los pacientes se han extendido al conjunto de las instituciones sanitarias y se han puesto en marcha numerosas iniciativas. Pese a todos estos esfuerzos, parece inevitable que, en determinadas situaciones, se sigan produciendo errores clínicos con repercusión relevante para los pacientes.
Ahora bien, aunque es evidente que los EA con consecuencias más graves tienen su peor cara en el sufrimiento de los pacientes y sus familiares y amigos, no son ellos los únicos que sufren y se ven afectados. También son víctimas los profesionales que se involucrados directamente o indirectamente en el EA. En la literatura desde los 90 se habla de las segundas víctimas pero, en realidad, ¿quiénes son estas segundas víctimas?
El término de segundas víctimas fue introducido por el Dr A Wu, de la Johns Hopkins University , en los años 90 para referirse al profesional que se ve involucrado en un EA inevitable y que queda traumatizado por esa experiencia. Sin embargo, aunque el trabajo de A Wu es el más conocido y el que ha puesto sobre la mesa esta problemática, no debemos olvidar el valor del Dr D. Hilfiker quien a principios de la década de los 80 expuso su vivencia personal en el New England Journal of Medicine.
Muchos profesionales a lo largo de vida en algún momento se sienten mal, incómodos, inquietos y, en ocasiones, culpables, por alguna decisión clínica que no ha tenido un resultado que esperaban o, llevado el caso, que ha sido errónea. Es en estos casos cuando decimos que los EA tienen además de los pacientes, otra víctima: los propios profesionales.
Actualmente, el término de segundas víctimas se ha extendido también para referirse a los profesionales sanitarios que no se ven a sí mismos capaces de afrontar emocionalmente las consecuencias de verse involucrado en un EA con consecuencias más graves para un paciente o un conjunto de pacientes.
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Las reacciones no necesariamente son las mismas en todas las personas. Ahora bien, es común observar: confusión, dificultades de concentración en las tareas, obnubilación, confusión, dificultades de concentración, sentimientos de culpa, ansiedad, pérdida de autoestima, dificultades para disfrutar de un sueño reparador, se revive el evento una y otra vez, cambios de humor, primero en casa y luego en el trabajo, y dudas sobre las decisiones clínicas que debe adoptar a partir de ese momento.
Lógicamente también tienen miedo a las consecuencias legales y a la pérdida de reputación que puede acarrear su relación con el EA.
Estas sensaciones pueden durar solo unos días o unas semanas, pero en ocasiones también pueden durar meses o toda la vida.
Hay que tener muy presente que tras un error clínico y por la confusión y dudas sobre sí mismo que experimenta el profesional, es más probable que si no se afronta esta situación y se esconde u oculta la realidad del evento, la probabilidad de otro error clínico se incrementa notablemente.
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